Thursday, September 07, 2006

Irán y la bomba nuclear

Mientras la ONU, la UE, y, sobre todo, EEUU intensifica sus esfuerzos para impedir que Irán desarrolle armas nucleares, el representante especial de Rodríguez Zapatero en la Alianza de Civilizaciones, Máximo Cajal, cuestiona que el régimen iraní no pueda disponer de armamento atómico.
En su libro El retorno de la antigüedad, Robert D. Kaplan explica cómo la política internacional sigue siendo una cuestión de qué es lo que uno puede hacerle a otro. En términos hobbesianos, la capacidad de castigar. Efectivamente, la principal lección que nos dejó la Guerra Fría, es que el arma nuclear dota a su dueño de un enorme grado de impunidad. Si en 1991 Saddam Hussein hubiese dispuesto de armas nucleares para amenazar a EEUU o a cualquiera de sus aliados, ¿se habría actuado para liberar a Kuwait y defender los intereses energéticos de todo Occidente? ¿Por qué se intervino en Kosovo y no en Chechenia?
El reciente conflicto entre Israel y Hezbolá ha puesto de manifiesto cual es, realmente, el tema clave en Oriente Próximo. Irán ha sido el único beneficiario de esta guerra inconclusa. El actual régimen iraní aspira a ser la potencia regional dominante en la zona y, con su actual presidente, a exportar su revolución fundamentalista a otros países musulmanes. Para ello quiere conseguir el arma atómica. Mediante la exaltación del sentimiento anti-occidental por la publicación de unas caricaturas o el recrudecimiento del conflicto palestino-israelí a través de su hechura Hezbolá (un arma que volverá a utilizar cuando lo crea necesario), Irán distrae la atención mundial de su programa nuclear, ganando tiempo para enriquecer uranio. Además, al verse reforzado, Teherán podría lanzar una campaña contra las fuerzas norteamericanas en Irak, usando milicias chiíes y fuerzas paramilitares iraníes. También podría expandir su influencia en Afganistán, contribuyendo así a desestabilizar aún más el Oriente Próximo.
Si Irán se hiciese con armas nucleares, las consecuencias para la región y Occidente serían muy peligrosas. Una de las principales voces de la disidencia iraní, Azar Nafisi, autora del espléndido libro, Leyendo a Lolita en Teherán, y que actualmente reside en EEUU, opina que de conseguirlas se las entregaría, sin duda, a Hezbolá, Siria e incluso Al-Qaeda. Por otro lado, es poco probable que el Estado judío esté dispuesto a consentir que un país cuyo presidente ha expresado recientemente que Israel debería ser borrado del mapa, se convierta en potencia atómica. No se puede descartar un ataque similar al de 1981 contra Irak por parte de la aviación israelí. Tal eventualidad provocaría una crisis regional que podría devenir en global, dada la convergencia en la zona de intereses energéticos de muchos países, algunos de ellos nucleares.
Una prestigiosa revista estadounidense de temas internacionales publicaba recientemente un artículo que decía: “la clave para resolver el problema nuclear iraní radica en el destino del movimiento democrático del país”, y que el régimen iraní quiere contar con una bomba nuclear “por la misma razón por la que lo hace todo: su empeño monomaníaco de autopreservación”. ¿Qué deberían hacer EEUU y sus amigos? Parece que sólo la creación de un autogobierno moderado en Irak, Irán y otros Estados de la región traerá una paz duradera y la no-proliferación. Eso pretende EEUU. Hacia eso deberían intensificar sus esfuerzos NNUU y la UE. No lo hará así el actual régimen de Teherán.

Tuesday, September 05, 2006

Fukuyama y el fin de la historia

En el siglo XVIII, Occidente elevó a los altares del pensamiento la idea del progreso lineal del hombre en la historia, legado de la Ilustración. Este movimiento incidía en los temas filosóficos tradicionales como la idea de Dios, el concepto de la Razón, de la Naturaleza y sobre todo del Hombre, que más que nunca se convirtió en el centro de todas las cosas y del pensamiento ilustrado. Para ese hombre había que conseguir la felicidad, sólo posible a través de la libertad, que a su vez consistía en el conocimiento útil de las cosas que nos proporciona la razón. La razón, dice, es el poder del hombre para entender el universo y forjar cambios en provecho de la propia especie.

Al asumir su bondad natural, los ilustrados mostraban una confianza total en el progreso del hombre y estaban convencidos de que el nivel de civilización aumentaba necesariamente con el paso del tiempo.

Francis Fukuyama escribió en 1989 su célebre artículo ¿El Fin de la Historia? en el que decía que el hundimiento del comunismo suponía el triunfo definitivo de la democracia liberal, con lo que se abría una nueva era histórica, cuyo norte político no se vería alterado, a pesar de las perturbaciones del fundamentalismo islámico o ciertos nacionalismos. Según este autor, la democracia liberal y la economía de mercado eran las únicas alternativas viables para la sociedad actual.

Han pasado más de quince años desde la publicación del artículo de Fukuyama, y los acontecimientos internacionales desde entonces, parece que no le dan la razón. La pesadilla de las matanzas, el odio y la miseria, nos han asaltado a los occidentales en nuestro sueño de desarrollo lineal hacia la bondad total del hombre y la plenitud feliz del orden social y político basado en la razón. Si lo ocurrido en la década de los noventa del siglo XX –la desmembración de Yugoslavia, el genocidio de Ruanda- no fue suficiente, ahí tenemos el horror del 11-S, 11-M y 7-J.

Es cierto que la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría despertaron las esperanzas de que por fin la democracia, el libre mercado y el respeto por los derechos humanos reemplazarían a la política de poder. Parecía que habíamos logrado superar nuestra propia condición humana y marchábamos todos juntos hacia un horizonte de progreso y paz.

Pero no se puede pensar que, con la caída del imperio soviético, ha triunfado el liberalismo y el mundo marcha convencido por la senda de la democracia. Ha desaparecido, sí, la mayor amenaza militar y política que a escala universal se cernía sobre las libertades humanas, pero no la única. Otras fuerzas colectivistas y totalitarias que habían quedado en un segundo plano por el gigantesco poder del bloque soviético ocupan ahora el primer lugar de la escena internacional.

¿Quo vadis Europa?

Recientemente acudí a un seminario organizado por el Instituto Europeo del Mediterráneo en la ciudad de Barcelona. Se trataron temas relacionados con nuestros vecinos del Mare Nostrum. Uno de los ponentes explicó que las razones por las que Europa se había visto obligada a reducir su cooperación económica con estos Estados, era que atraviesa por una profunda crisis, económica, en parte, pero sobre todo de identidad. ¿Quo vadis Europa? parecía ser la pregunta. Para contestar a este interrogante es necesario saber cuáles son nuestras raíces.

El sociólogo francés Max Weber fue de lo primeros en percibir la aspiración universal de muchas de las creaciones europeas. La ciencia moderna, por ejemplo, es una invención de Occidente que tiene valor universal. Igualmente lo son el liberalismo, la separación entre la sociedad civil y el Estado o entre la religión y el Estado, el Estado de derecho, el Estado social, la democracia, las convenciones, declaraciones o cartas –que precisamente se llaman universales- de los derechos. Éstas y otras son creaciones originarias y propias de Occidente, en su mayor parte del Occidente europeo, que nacieron en una determinada época de su historia, se afirmaron e impusieron en otras partes del mundo y pretenden tener un valor universal. Así lo explica el filósofo y ex-Presidente del Senado italiano, Marcello Pera.

Ningún intento por explicar estos cambios decisivos ha logrado prescindir de la aportación, en mayor o menor medida, del cristianismo. Se puede decir que es, sin duda, la tradición que más influjo ha ejercido en la historia entera de Occidente. Dice el filósofo David Lodge: “Europa no puede entenderse sin su historia, y su historia ha sido cristiana la mayor parte de los últimos dos mil años. El cristianismo se refleja en la arquitectura de nuestras ciudades, en las obras de arte de nuestros museos, en nuestras tradiciones literarias e incluso en nuestro calendario.”

Por eso es incomprensible que la Primera Constitución europea se redactase en términos completamente seglares. No podemos prescindir de nuestras raíces judeo-cristianas. Al fin y al cabo, el cristianismo ha sido un factor decisivo en muchas de nuestras acciones históricas: la reconquista española, las cruzadas medievales, las guerras religiosas, la reforma protestante y la contrarreforma católica, las luchas contra el Imperio Otomano, la colonización de Ámérica, etc.

Otra aportación europea con valor universal, es el concepto del hombre como individuo responsable de sus acciones. Y en este aspecto, el concepto de Europa choca y distorsiona la integración de personas de diferentes culturas y religiones. Quizás no tanto la cultura laica frente a la religiosa, que también, sino la autonomía del individuo frente al grupo.

El pensador y escritor Germán Gullón opina, muy acertadamente, que la existencia de una constitución europea emana de la necesidad percibida por los ciudadanos de la UE de preservar la identidad europea, imperfecta si se quiere, pero con unas fuertes raíces que se hunden en la tradición cultural judeo-cristiana. Por tanto, a mi modo de ver, la invitación a los inmigrantes para integrarse en las sociedades continentales debe incluir una condición inamovible: el respeto a la pluralidad europea. No deseamos una sociedad formada por un mosaico de gentes y culturas que luchen entre sí por el poder. La constitución tiene que garantizar la legitimidad y permanencia de la cultura que identifica Europa con la libertad.

De viñetas y códigos

Es difícil recordar otro libro que haya cautivado tanto la imaginación popular como "El Código Da Vinci" de Dan Brown. Ahora, la proyección de la película dirigida por Ron Howard aumenta la atención sobre sus alegatos respecto a Jesucristo y la Iglesia Católica.

He visto la película y no me ha gustado. El director ofrece una aproximación fría y aburrida a los estrambóticos sucesos relatados en la novela. La duración es excesiva y los flashbacks históricos resultan caricaturescos. La resolución de la trama es confusa. No hay emoción ni suspense y, a pesar de las buenas interpretaciones de Jean Reno e Ian Mckellen, uno acaba preguntándose si Tom Hanks es el actor más adecuado para este papel.

No voy a detenerme en los datos históricos que refutan las tesis del libro. Me interesa la reacción de la Iglesia Católica.

Aunque la película no ha gustado en los círculos católicos, no han ardido Embajadas ni ha habido cineastas asesinados. No se han producido disturbios de ningún tipo ni ha muerto nadie. Las amenazas de muerte han brillado por su ausencia. La contundente respuesta de la Iglesia Católica ha sido desde la reflexión; firme pero enmarcada dentro de un diálogo con aquellos que piensan diferente. Se ha respondido con la fuerza de la razón aportando documentos, argumentos e ideas. Desde la tolerancia y la ciencia se ha defendido una postura de fe.

Todos aquellos que acusan a la Iglesia Católica de intolerante y que piden sensibilidad hacia otras creencias que no siempre lo son, deberían reflexionar sobre esto.

Pensemos por un momento cuál sería la reacción frente a una novela y película basadas en una conspiración de los judíos para dominar al mundo, similar a la falsificación fraguada por la policía secreta del zar de Rusia, en el siglo XIX, bajo el título "Protocolo de los Sabios de Sión". O imagínese un libro sobre una investigación de la religión islámica, donde el protagonista es perseguido por fanáticos islámicos por descubrir que el Corán fue una mentira y que Mahoma no fue un profeta.

Afrontémoslo, el hecho de que "El Código Da Vinci" sea históricamente incorrecto y que se trate de una andanada inflamatoria en contra del catolicismo, es lo que lo convierte en aceptable. Ese, en mi opinión, parece ser el verdadero mensaje que nos queda. Mientras gran parte del mundo rechaza la tolerancia como virtud, se puede decir cualquier cosa contra el catolicismo y nada pasará.

Un monstruo seguido de otro

Apenas han transcurrido un par de semanas desde que dos F-16 norteamericanos hicieran saltar por los aires la guarida de Abu Musa al Zarqaui, y el Decapitador de Bagdad, ya tiene sucesor. Se llama Abu Hamza Al Muhayer.

Según indicó el portavoz militar estadounidense en Bagdad, Mayor General William Caldwell, Muhayer se entrenó en Afganistán y es experto en explosivos; es una figura clave de Al Qaeda en Irak y es el responsable de facilitar el movimiento de combatientes extranjeros de Siria a Bagdad. También precisó que es un terrorista desde 1982, empezando por su implicación en la Yihad Islámica Egipcia, que estaba dirigida por el número dos de Usama bin Laden, Ayman al Zawahiri.

En el comunicado de Al Qaeda, donde se informa sobre este hecho, Muhayer es descrito como un "hermano respetable" con "un pasado de yihad (guerra santa) y grandes conocimientos". Al igual que su antecesor, con seguridad es un paranoico peligroso que cree que hay que imponer la fe de Mahoma en todo el mundo y a toda costa. Como dice el periodista Alfonso Rojo, tendremos noticias suyas en breve y muy negras.

Zarqaui deja tras de si un estremecedor reguero de sangre, incluyendo decapitaciones en directo, como la del ciudadano norteamericano Nicholas Berg. Muhayer, en su empeño por hacerse un nombre, lo dejará también. Para ambos, el terror es tanto un medio como un fin.

El primero impulsó su liderazgo matando a civiles iraquíes y azuzando la violencia entre suníes y chiíes. Su desaparición es una buena noticia para el conjunto de los iraquíes, que se han librado de un sanguinario terrorista, reconocido culpable de los peores crímenes cometidos en los últimos años en aquel país. Esto merece ser recordado a la hora de juzgar la contundencia de los medios utilizados por el ejército norteamericano para actuar en este caso.

La eliminación del terrorista más buscado en Irak, ofrece la oportunidad al nuevo gobierno para cambiar la situación. Pero la aparición de su sustituto, obliga a abandonar cualquier sentimiento de euforia, porque ya sabemos que el esquema de organización yihadista permite a los terroristas seguir actuando más allá de la desaparición física de uno de sus cabecillas.

Abu Graib, Guantánamo, al igual que los hechos recientes en la aldea iraquí de Haditha, donde murieron civiles, han supuesto para Estados Unidos críticas durísimas. En el caso de la cárcel iraquí, los culpables fueron condenados. Y la Cruz Roja ha denunciado la situación de los presos en la base de Cuba porque se le ha permitido el acceso a ellos. En el último caso, los marines implicados han sido absueltos por las investigaciones por considerar que era zona de alto riesgo (9 soldados habían perdido la vida la semana anterior, uno por la explosión de un artefacto casero) y que respondían a fuego enemigo.

Aún así algunos son incapaces de llamar a las cosas por su nombre e insisten en conceder el beneficio de la duda a sospechosos de ser terroristas extranjeros antes que a hombres y mujeres de uniforme. A estos les recordaré que mientras el asesinato de civiles es y continúa siendo una excepción en la historia militar americana, es y seguirá siendo el estilo de vida de los yihadistas.