Tuesday, September 05, 2006

Fukuyama y el fin de la historia

En el siglo XVIII, Occidente elevó a los altares del pensamiento la idea del progreso lineal del hombre en la historia, legado de la Ilustración. Este movimiento incidía en los temas filosóficos tradicionales como la idea de Dios, el concepto de la Razón, de la Naturaleza y sobre todo del Hombre, que más que nunca se convirtió en el centro de todas las cosas y del pensamiento ilustrado. Para ese hombre había que conseguir la felicidad, sólo posible a través de la libertad, que a su vez consistía en el conocimiento útil de las cosas que nos proporciona la razón. La razón, dice, es el poder del hombre para entender el universo y forjar cambios en provecho de la propia especie.

Al asumir su bondad natural, los ilustrados mostraban una confianza total en el progreso del hombre y estaban convencidos de que el nivel de civilización aumentaba necesariamente con el paso del tiempo.

Francis Fukuyama escribió en 1989 su célebre artículo ¿El Fin de la Historia? en el que decía que el hundimiento del comunismo suponía el triunfo definitivo de la democracia liberal, con lo que se abría una nueva era histórica, cuyo norte político no se vería alterado, a pesar de las perturbaciones del fundamentalismo islámico o ciertos nacionalismos. Según este autor, la democracia liberal y la economía de mercado eran las únicas alternativas viables para la sociedad actual.

Han pasado más de quince años desde la publicación del artículo de Fukuyama, y los acontecimientos internacionales desde entonces, parece que no le dan la razón. La pesadilla de las matanzas, el odio y la miseria, nos han asaltado a los occidentales en nuestro sueño de desarrollo lineal hacia la bondad total del hombre y la plenitud feliz del orden social y político basado en la razón. Si lo ocurrido en la década de los noventa del siglo XX –la desmembración de Yugoslavia, el genocidio de Ruanda- no fue suficiente, ahí tenemos el horror del 11-S, 11-M y 7-J.

Es cierto que la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría despertaron las esperanzas de que por fin la democracia, el libre mercado y el respeto por los derechos humanos reemplazarían a la política de poder. Parecía que habíamos logrado superar nuestra propia condición humana y marchábamos todos juntos hacia un horizonte de progreso y paz.

Pero no se puede pensar que, con la caída del imperio soviético, ha triunfado el liberalismo y el mundo marcha convencido por la senda de la democracia. Ha desaparecido, sí, la mayor amenaza militar y política que a escala universal se cernía sobre las libertades humanas, pero no la única. Otras fuerzas colectivistas y totalitarias que habían quedado en un segundo plano por el gigantesco poder del bloque soviético ocupan ahora el primer lugar de la escena internacional.

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