Tuesday, September 05, 2006

¿Quo vadis Europa?

Recientemente acudí a un seminario organizado por el Instituto Europeo del Mediterráneo en la ciudad de Barcelona. Se trataron temas relacionados con nuestros vecinos del Mare Nostrum. Uno de los ponentes explicó que las razones por las que Europa se había visto obligada a reducir su cooperación económica con estos Estados, era que atraviesa por una profunda crisis, económica, en parte, pero sobre todo de identidad. ¿Quo vadis Europa? parecía ser la pregunta. Para contestar a este interrogante es necesario saber cuáles son nuestras raíces.

El sociólogo francés Max Weber fue de lo primeros en percibir la aspiración universal de muchas de las creaciones europeas. La ciencia moderna, por ejemplo, es una invención de Occidente que tiene valor universal. Igualmente lo son el liberalismo, la separación entre la sociedad civil y el Estado o entre la religión y el Estado, el Estado de derecho, el Estado social, la democracia, las convenciones, declaraciones o cartas –que precisamente se llaman universales- de los derechos. Éstas y otras son creaciones originarias y propias de Occidente, en su mayor parte del Occidente europeo, que nacieron en una determinada época de su historia, se afirmaron e impusieron en otras partes del mundo y pretenden tener un valor universal. Así lo explica el filósofo y ex-Presidente del Senado italiano, Marcello Pera.

Ningún intento por explicar estos cambios decisivos ha logrado prescindir de la aportación, en mayor o menor medida, del cristianismo. Se puede decir que es, sin duda, la tradición que más influjo ha ejercido en la historia entera de Occidente. Dice el filósofo David Lodge: “Europa no puede entenderse sin su historia, y su historia ha sido cristiana la mayor parte de los últimos dos mil años. El cristianismo se refleja en la arquitectura de nuestras ciudades, en las obras de arte de nuestros museos, en nuestras tradiciones literarias e incluso en nuestro calendario.”

Por eso es incomprensible que la Primera Constitución europea se redactase en términos completamente seglares. No podemos prescindir de nuestras raíces judeo-cristianas. Al fin y al cabo, el cristianismo ha sido un factor decisivo en muchas de nuestras acciones históricas: la reconquista española, las cruzadas medievales, las guerras religiosas, la reforma protestante y la contrarreforma católica, las luchas contra el Imperio Otomano, la colonización de Ámérica, etc.

Otra aportación europea con valor universal, es el concepto del hombre como individuo responsable de sus acciones. Y en este aspecto, el concepto de Europa choca y distorsiona la integración de personas de diferentes culturas y religiones. Quizás no tanto la cultura laica frente a la religiosa, que también, sino la autonomía del individuo frente al grupo.

El pensador y escritor Germán Gullón opina, muy acertadamente, que la existencia de una constitución europea emana de la necesidad percibida por los ciudadanos de la UE de preservar la identidad europea, imperfecta si se quiere, pero con unas fuertes raíces que se hunden en la tradición cultural judeo-cristiana. Por tanto, a mi modo de ver, la invitación a los inmigrantes para integrarse en las sociedades continentales debe incluir una condición inamovible: el respeto a la pluralidad europea. No deseamos una sociedad formada por un mosaico de gentes y culturas que luchen entre sí por el poder. La constitución tiene que garantizar la legitimidad y permanencia de la cultura que identifica Europa con la libertad.

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