Monday, January 12, 2009

Israel: Seis Décadas de Historia

“Our duty is to live”
Robert E. Lee

I. Reflexión sobre el Holocausto
“Exodus es un mito en la historia del pueblo judío. Gracias a la valentía y determinación de los que estábamos en el barco, aún bajo el trauma del Holocausto, logramos finalmente llegar a la tierra de Israel. Una hazaña que debemos al legendario oficial Yossi Harel. Que en paz descanse.” Son palabras de Nej Klinger, superviviente del campo de exterminio de Auschwitz y uno de los 655 niños que, en 1947, formaban parte de la tripulación del Exodus.
Harel, recientemente fallecido, consiguió trasladar de forma clandestina a 24.000 judíos en cuatro grandes navíos, siendo Exodus el más recordado. El escritor Yoram Kaniuk le despedía con estas palabras: “En los 60 años de historia del pueblo de Israel, pocos han podido alcanzar la leyenda de Harel. Se ha ido, quizá, el último mohicano que posibilitó la creación de este país.”
Se cumplen 60 años de la creación de Israel. Uno de los eventos –por las repercusiones internacionales que sigue teniendo- más trascendentales del siglo XX. La historia de Yossi Harel resume el carácter de su pueblo y las duras circunstancias en las que se produjo el nacimiento del único Estado judío de la tierra. La anécdota retrata la trayectoria de su gente: una persecución permanente y una búsqueda constante de un hogar/refugio.
El mundo actual es un mundo de imágenes. Ahora bien. Ninguna película podrá transmitirnos en su totalidad el espanto del Holocausto. El horror de uno de los mayores crímenes de la historia. Nunca “en ningún otro lugar o tiempo se ha asistido a un fenómeno tan imprevisto y tan complejo: nunca han sido extinguidas tantas vidas humanas en tan poco tiempo, ni con una combinación tan lúcida de ingenio tecnológico, fanatismo y crueldad.”[1]
El Holocausto fue el exterminio de millones de personas, no porque hubiesen declarado la guerra a Alemania o pudiera acusárseles de algún delito, sino por el hecho de pertenecer a una población declarada enemiga mortal por la paranoia nazi. La decisión de “hacer desaparecer” de la tierra al pueblo judío, la determinación de decidir quien debe y no debe habitar el planeta, llevada a las últimas consecuencias, marca la especificidad de una empresa, única hasta el día de hoy, de modificar la configuración misma de la humanidad.
Hay que admirar y agradecer a autores como Primo Levi, Jorge Semprún o Jean Améry el heroísmo por escribir. Historiadores de ellos mismos, fueron testigos y, mucho más, supervivientes de un hecho histórico único y dramático.
Primo Levi no publicó hasta 1958 y Améry tardó veinte años en escribir. Hacerlo antes hubiera sido demasiado pronto. Cuando Jorge Semprún recibió el Premio de la Paz en 1994, en su discurso dijo: “habría sido imposible sobrevivir a la escritura. (…) Tenía que elegir entre la escritura y la vida, y opté por la vida.”
Escribieron estos libros para dar testimonio en su nombre y en el de los que no sobrevivieron. Contar lo que “el hombre ha sido capaz de hacer con el hombre.”[2] Su supervivencia engendró en su conciencia moral un sentimiento de culpa jamás vencido a pesar de las tentativas de superación o integración. Se sienten responsables ante sus compañeros muertos. La culpa les embarga: ¿Por qué he sobrevivido yo y no otro?
El estar vivo produce en ellos una sensación de alivio y de alegría, pero también tristeza y vergüenza. Y esto no les permite celebrar el hecho de haber sobrevivido, ni siquiera en su fuero interno.
Supervivientes del horror, están condenados a vivir. Consideran una obligación, de la que jamás nadie podrá librarles, contar una y otra vez lo sucedido, ser guardianes de la conciencia y la memoria, para que nunca nadie tenga que verse ante la humillación y la indignación de que se dude de la realidad de estos crímenes y de la existencia de sus víctimas.
La principal preocupación de los prisioneros era que, de sobrevivir, nadie creería la atrocidad de la historia vivida. El hecho de que ellos mismos estuviesen vivos la hacía increíble. Los propios guardias, cuenta Levi, se divertían cínicamente mencionándoles esta posibilidad. Y Semprún recuerda que durante su estancia en los campos los deportados discutían el cómo contarlo.
Parece que la mejor protección que tuvieron los campos de concentración y exterminio no fueron las alambradas y los guardias, sino su propia monstruosidad, que los hacía inconcebibles.
Las humillaciones y vejaciones cometidas por los verdugos dejaron huellas morales imborrables. Los suicidios de Améry y Levi y el intento fallido de Semprún, son prueba de ello. En su estudio preliminar de la obra de Améry, Enrique Ocaña dice: “escribir supone una tentativa de evasión respecto a ese estar clavado a uno mismo que se exacerba de la tortura y en ese gran experimento biológico y social que, según Levi, fue el campo.”[3] Salir de un ensimismamiento que impide avanzar y superar el trauma.
Para los tres, escribir supuso un intento de recobrar una confianza en el mundo y en el lenguaje, que habían perdido tras la violación de sus límites morales y físicos. Estamos ante hombres que fueron desposeídos de su condición de hombres. En un pasaje de Si esto es un hombre, Levi no duda en definirse a sí mismo y sus compañeros como “bestias cansadas.” Y Améry se refiere a un proceso de “deshumanización y desespiritualización.”
Buscaron volver a sentir su condición humana a través de la escritura. Sobre todo si tenemos en cuenta que hablamos de personas muy relacionadas con el mundo de la cultura, que habían visto cómo su principal arma, su intelecto, les había sido arrebatado en los Lager, donde eran más apreciados los trabajadores cualificados, y donde para el hombre de espíritu “la costumbre adquirida, tras un largo entrenamiento, de cuestionar las apariencias de la realidad cotidiana, le impedía la mera aceptación de la realidad del campo, pues esta se oponía con demasiada rotundidad a todo cuanto hasta el momento había considerado posible y exigible respecto al ser humano.”[4]
Sus palabras manan de una profunda desesperación y la pérdida total de la confianza en el ser humano. Alegatos a favor de la piedad como categoría básica de la ética humana, los suyos son libros conmovedores, escritos por hombres, que a pesar de lo sufrido y precisamente por ello, retienen una fe indestructible en la razón.
Dice Antonio Muñoz Molina: “lo que se puede aprender sobre el ser humano y sobre la historia de Europa en el siglo XX en los tres volúmenes de la gran trilogía de Primo Levi es terrible y también aleccionador, y honradamente no creo que sea posible tener una conciencia política cabal sin haberlos leído, ni una idea de la literatura que no incluya el ejemplo de esa manera de escribir.”
El valor historiográfico de estas obras radica en ser un testimonio de lo que ha sido el fascismo auténtico -pues hoy en día se emplea el término fascismo con demasiada ligereza- y el singular fenómeno del nazismo.
El Holocausto no es el único genocidio de la historia. Ha habido y seguramente habrá más y cada uno de ellos singular. Pero nunca antes en la historia se trató de eliminar a una nación entera de la faz de la tierra; jamás un pueblo había sido declarado indigno de vivir. Esta realidad se conceptualiza mejor si aprehendemos que en algún momento dado entre 1939 y 1945, la mayoría del judaísmo mundial habitó territorio ocupado por el III Reich, el mismo empeñado en su destrucción.
A lo largo de su historia, el pueblo judío se había sobrepuesto a capítulos traumáticos. Sin embargo siempre había permanecido un resquicio para la esperanza, al fin y al cabo, el templo de Salomón podía ser reconstruido. Pero hablamos de un hecho sin precedentes en la historia de la humanidad. A su magnitud hace referencia el término Shoah, acuñado por los propios judíos. Es la toma de conciencia de que lo perdido esta vez, no es reemplazable ni puede ser reconstruido. Se ha ido para siempre.


II. Sobre el pacifismo
Theodor Adorno: “la educación básica del ser humano después de Auschwitz debe impedir que se olvide este campo de exterminio nazi.”
Existe hoy un supuesto compromiso moral sin reservas de la comunidad internacional para evitar nuevos episodios como aquél. Un “Nunca más” se supone implícito en los monumentos en memoria de las víctimas del Holocausto. Sin embargo el hombre es más constante en el error que en el acierto.
En su libro sobre los Balcanes, La venganza de la historia, Hermann Terstsch advierte que “sin la sinceridad y el respeto hacia el pasado y la decisión y el coraje necesarios para defender los valores de la civilización contra sus propios instintos incivilizados e irracionales, jamás será la historia nuestro aliado. Seremos tan sólo débiles culpables que todo enemigo de la libertad e inteligencia desea tener enfrente para humillarlo y derrotarlo.”[5]
El proceso de desespiritualización y alejamiento de los valores fundacionales –de raíces judeocristianas- que sustentan Occidente y gran parte del Derecho Internacional y, sobre todo, el creciente proceso de relativismo que embota el pensamiento occidental (especialmente en su versión europea), que ha transformado los valores en simples marcas y convertido todo en discutido y discutible, han vaciado de contenido esta noble expresión.
Una civilización está en apuros cuando sus instituciones públicas se entregan a la negación histórica y “Nunca más” es hoy un eslogan pacifista y vacuo.[6] La fórmula se interpreta como una difusa oposición a la violencia en general y, por tanto, destinada también a aquélla dirigida a impedir futuros holocaustos.
Bajo el lema “La violencia engendra más violencia”, el organismo encargado de velar por la seguridad de los ciudadanos de esa supuesta sociedad internacional a la que algunos aspiran, las Naciones Unidas, ha permitido episodios similares a aquellos que precisamente pretende evitar. Lo vimos en la antigua Yugoslavia y lo vimos en Ruanda. Hoy, Darfur.
No. La violencia no engendra violencia. La violencia gratuita, sin motivo, la que es tanto un medio como un fin en si misma, sí. Pero aquella que se aplica para preservar unos valores y unos principios –precisamente para defenderse de esa otra- demuestra voluntad y determinación. Y esa violencia además de salvar vidas, suscita respeto. Osama bin Laden, experto él, dixit: “Entre un caballo fuerte y uno débil, la gente escoge al fuerte.”
Este pacifismo está muy en boga estos días. El Presidente de España, José Luis Rodríguez Zapatero, es el ejemplo más paradigmático y más patético.* Si bien en el exterior ha rehusado a todo empleo de la fuerzaj, en el interior del país no ha dudado en beneficiarse de la violencia ejercitada contra miembros del principal partido de la oposición,[7] que representa a la mitad de la población.
Este mismo presidente, en un alarde de finura diplomática se dejó fotografiar rodeado de jóvenes que habían colocado un pañuelo palestino alrededor de su cuello. Es por todos conocido el pacifismo de Arafat, Hamás y Hezbolláh.
Tras la Segunda Guerra Mundial, los europeos extrajeron la lección de que nada había peor que la guerra. Los americanos –y también los judíos- aprendieron que lo peor era la servidumbre que, inexorablemente, acompaña al totalitarismo. Que en muchas ocasiones, la mejor manera de defender la democracia y los derechos humanos es con un arma en la mano.
Los líderes europeos hacen referencias constantes de que se oponen a la guerra porque han padecido sus horrores. La historia europea no corrobora esto. Precisamente porque ha faltado coraje para enfrentarse a las amenazas cuando éstas todavía eran tales, se ha permitido que degenerasen en hecatombes de una magnitud sin precedentes.
Las Naciones Unidas, el derecho internacional, los derechos humanos…son ideas buenas. El problema es que esas ideas nublen la vista e impidan ver la realidad tal y como es; que se conviertan en coartadas de nuevos episodios dramáticos. También el comunismo apelaba a una idea básica de justicia que, llevada a la práctica se materializó en el mayor número de muertos imputable a sistema totalitario alguno. Sí, más que el nazismo.
El siglo XX ha sido el siglo de los genocidios y los holocaustos. Cuanto más recientes, más evitables y por tanto más absurdos, porque hoy, al contrario que en el pasado, es imposible -e inmoral- alegar que no se tenía conocimiento de ellos.
“Se ha roto el consenso en torno al “Nunca más”, el grito de la civilización después de que el continente cuna de sus mejores valores se convirtiera en escenario de los mayores horrores.”[8]
Ese supuesto compromiso “Nunca más”, pervertido, es la mejor garantía de que estos episodios se repitan una y otra vez.

III. La creación de Israel

La historia del siglo XX es una historia genocida. Y esa misma historia genocida es la que han padecido los judíos, prácticamente desde sus orígenes. Tal vez por eso repiten cada Pascua, desde hace siglos y a modo de plegaria: “En cada generación, se levantarán contra nosotros para destruirnos.”
Una pregunta recurrente en la mente de los historiadores de hoy es si Israel existiría de no haber habido un Holocausto. Sin duda en aquel momento, los supervivientes de los hornos crematorios y de las cámaras de gas gozaban de una simpatía y solidaridad internacional que facilitaron la empresa, nacida de lo que se percibía como una necesidad ineludible para la propia supervivencia del pueblo judío.
¿Israel como compensación a Auschwitz? El escritor Elie Wiesel encuentra estas teorías crueles, simplistas, absurdas y, por encima de todo, indignas.
Efectivamente, los supervivientes “tenían, eso sí, una desesperada convicción: iban a construir un espacio seguro y decente en el que el atormentado pueblo judío pudiera sobrevivir al brutal antisemitismo esporádicamente practicado por casi todas las otras naciones monoteístas surgidas de Abraham, el padre común de judíos, cristianos y mahometanos.”[9]
Que Israel existe es un hecho y de poco sirve divagar sobre cosas que podrían haber sido y nunca fueron. No es esa la tarea del historiador. La existencia de Israel y el conflicto árabe-israelí son la única realidad tangible. Superfluo lo demás.
El pecado original de Israel es haberse instalado en una tierra que no era nación ni estado; poblada por unos habitantes autóctonos, sí, pero que no constituían un pueblo singular, diferenciado de las otras poblaciones árabes del Cercano Oriente Próximo. No existía un sentimiento nacional palestino, sino divisiones tribales y étnicas. Estos colectivos habían sido incapaces de organizarse en un estado nacional, precisamente en una sociedad internacional donde es preciso serlo, para poder participar activamente en ella.
La conformación del hogar nacional de los judíos no difiere en absoluto de la de cualquier otra nación del mundo. Los libros de historia están repletos de invasiones, migraciones y éxodos forzosos.
De hecho, pocos estados han nacido con tanto respaldo internacional y con la legitimidad que le otorgaba una resolución de Naciones Unidas que establecía la partición de Palestina. Los judíos aceptaron dicha resolución. Los países árabes no. Algunos siguen sin aceptarla. Resuenan todavía los tres “no” de Jartum.[10]
Los inicios no fueron fáciles; “la seguridad nacional domina la agenda de Israel desde el primer día de su existencia.”[11] Los elementos tampoco ayudaban: un suelo pedregoso y seco, la geografía, los vecinos, el idioma, incluso el factor étnico, que les debilitaba como nación.
El país se construyó mediante una explotación económica y humana brutal. La gente recibía lo justo y necesario. Para evitar el éxodo ante unas condiciones extremadamente duras, se negaron visados y pasaportes. Poner en marcha una nación no es tarea fácil.
Los padres fundadores carecían de la finura intelectual de Thomas Jefferson, Alexander Hamilton o John Adams. En cambio, el recuerdo de seis millones de almas forjó en ellos un carácter implacable, un patriotismo a toda prueba y un realismo y sentido de la ética que se reducía a una cosa: sobrevivir.
No en vano, “Israel es hoy una expresión drástica y cruda de lo concreto: hechos que reemplazan otros hechos. Aquí el Holocausto es un despiadado conglomerado de detalles espantosos que no se conmemora con abstracciones intelectuales sino con un sistema de seguridad, una maquinaria bélica y unos asentamientos que no pretenden ser hospitalarios ni amigables –que no lo son- sino ser a secas.”[12]
Por eso el primer contacto con los israelíes puede sorprender por parco, abrupto y seco. A muchos corresponsales extranjeros no les gusta Israel, lo encuentran hosco y discordante comparado con el espectáculo folclórico de beduinos y camellos de los países circundantes. Pero claro, el dinamismo social y económico suele ser poco atractivo.


IV. Israel a los sesenta

El periodista polaco Ryzard Kapuscinski definió la descolonización como el hecho más importante del siglo XX. Prácticamente desde sus inicios asistimos al desmantelamiento del orden colonial forjado por las potencias europeas desde el siglo XVI.
Israel no es un caso de descolonización, más bien de colonización y, para muchos judíos, supone la refundación del antiguo reino que gobernaron monarcas como Salomón, David y Saúl.
El discreto aumento demográfico de los judíos en Palestina, fue paralelo a un intenso proceso de compra de tierras no sólo para instalar en ellas a agricultores, sino para reapropiarse del país y poder levantar allí, algún día, un Estado judío. Tras el Holocausto, el proceso fundacional cobró una nueva urgencia.
Por razones religiosas, políticas, culturales y sentimentales, aquel proyecto de restauración nacional debía tener como base geográfica Palestina. Sólo con el retorno a Sión se podrían superar las consecuencias morales y materiales del largo exilio.
Esto está bien como deporte intelectual.
“El más importante logro de Israel en sesenta años de independencia ha sido el de perseverar en el mapa del mundo como un Estado soberano.”[13] Efectivamente, lo que desde mi punto de vista dota de legitimidad a Israel hoy en día es, sobre todo, lo que han logrado ser en 60 años. Y después, haber sabido defenderlo de manera eficaz frente a aquellos que no aceptaban su mera existencia. La israelí es una civilización creadora.
La existencia de Israel y su prosperidad son un milagro continuo. En su 60º aniversario, el proyecto sionista es, en líneas generales, una historia de éxito.
El pueblo más constante de la historia, como los denomina el historiador Paul Johnson, ha ideado en tiempo record una compleja democracia parlamentaria, reflejo de su sociedad y donde impera el estado de derecho y el respeto a la ley. Su ejército, el más potente de la región y uno de los mejores del mundo, está escrupulosamente sometido a la autoridad civil. Además el suyo es un gobierno razonablemente eficaz, más honrado que la media de la región, a pesar de los escándalos de corrupción que han salpicado a algunos de sus últimos mandatarios. Un gobierno de Israel siempre será más responsable ante sus ciudadanos que cualquiera de los que le rodea.
Gracias a la forma de administración de su sociedad y su régimen político democrático, Israel consigue sobreponerse a sus puntos débiles (territorio y población limitados, entorno adverso), así como superar las contradicciones y los conflictos internos.
Su empeño en preservar su judaicidad no les ha alejado del laicismo. Allí impera una Justicia civil que después de las Fuerzas de Defensa, es la institución mejor valorada por los ciudadanos. No es este un detalle nimio, pues es buen indicador de la calidad democrática de un estado.
Este pequeño país tiene el menor índice de violencia social, sin duda debido a una población altamente educada. Y como dice Carlos Alberto Montaner, “su población musulmana, un 16% de la total, una minoría, también israelí, el grupo árabe –hombres y mujeres– es la que más libertades y prosperidad posee de cuantos pueblan la tierra.”[14] Lo cual demuestra que no es en Israel donde están sometidos y subyugados los árabes o los palestinos, sino en sus propios países de origen y por sus propios gobernantes.
De 600.000 ciudadanos en 1948, la población actual supera los 7.000.000, una cifra que lo convierte en el mayor centro judío del mundo. Verifica así, lo que el Embajador de Israel en España, Rafael Schutz, denomina “giro histórico” al cumplirse uno de los principales objetivos de la Declaración de Independencia: ser el hogar nacional del pueblo judío. Algo que se está cumpliendo desde el punto de vista cuantitativo y cualitativo.
Israel ha acogido a inmigrantes judíos procedentes de la ex Unión Soviética, Etiopía, Argentina y Francia. Ha sabido integrarlos en un proyecto nacional claro y definido, “se ha convertido en un crisol de culturas de los inmigrantes que han hecho de él su hogar y nación.”[15] En apenas una generación, han sabido integrarse en la sociedad israelí, participando en el desarrollo del país y de su economía.
Además, Israel tiene un per cápita de $29.000. Su economía de $100 billones es más grande que la de todos sus vecinos juntos. Aunque en Israel el número de habitantes es limitado, el gasto de educación alcanza los $1.200 por persona. Las estadísticas indican que el número de ingenieros de Israel es el más alto del mundo: 135 por cada 10.000 trabajadores. En EEUU son 70 y en Japón 65. Israel también ocupa el primer lugar mundial respecto a científicos y tecnólogos expertos, que suman 140 por cada 10.000 trabajadores. Le siguen los EEUU con 83 científicos, Japón con 80 y Alemania con 60. Israel alberga otro Silicon Valley, idéntico al de California.
Según ciertos estudios, Israel ocupa el lugar nº 11 en el mundo por cuanto a la cantidad de inventos y patentes registrados en los Estados Unidos. Desde 1977 hasta 2004, israelíes registraron en ese país más de 12 mil patentes e inventos. Por otro lado, el entorno israelí atrae inversiones a pesar de lo que ocurre a su alrededor, mientras que los países árabes despiertan un cierto rechazo a la inversión extranjera.
Los árabes y los críticos de Israel interpretan la supremacía israelí alegando que goza del favoritismo de los Estados Unidos. Dicha interpretación omite lo que suele ser el principal diferencial entre unos grupos y otros: el factor humano. “¿Cómo ha logrado Israel este milagro económico?”- se pregunta Carlos Alberto Montaner. Responde él mismo: “Esencialmente, cultivando su enorme capital humano y sus virtudes cívicas, a base de inteligencia, rigor, trabajo intenso y respeto a la ley.”
Y todo esto teniendo que hacer frente a una amenaza continua de un enemigo implacable que busca su destrucción y con una economía bajo la presión constante de ser el país en la tierra con el mayor gasto per cápita en su presupuesto de defensa.
Irónico que el mayor cumplido que ha recibido Israel jamás proviniese del entonces presidente de Malasia en otoño de 2003[16] ante los líderes de la Conferencia Islámica, al decir que los judíos también están detrás de la democracia, el socialismo y la teoría de los derechos humanos.
Incluso sin alambradas ni campos minados entre unos y otros, sería fácil saber dónde acaba Israel y donde empieza cualquiera de sus vecinos arabo-musulmanes. Bastaría observar la línea que separa la tierra cultivada del desierto arenoso y yermo.


V. El eterno retorno del antisemitismo

Escribe Amos Oz[17] que a pesar del amor que los judíos europeos sentían por sus países de acogida, era frecuente para aquéllos toparse con expresiones: “Malditos judíos, iros a Palestina.” Pasado el Holocausto y 60 años de la existencia del Estado de Israel, cuando regresan a Europa, muchos judíos se encuentran con otra expresión diferente pero idéntica: “Judíos, iros de Palestina.”
El pueblo judío sigue molestando.
Los judíos no son una raza, no poseen rasgos físicos determinados y reconocibles como otros grupos objeto de discriminación racial. Los judíos son una confesión religiosa y, por tanto, una cultura y una civilización. Además, al contrario que las otras dos religiones monoteístas, no aspira al proselitismo.
El nuevo antisemitismo que se percibe en Europa es un racismo que convierte en raza a los practicantes de una religión. Si tenemos en cuenta que Europa es ahora mismo la región más secularizada del planeta, la situación adquiere tintes surrealistas: “Una persecución religiosa hecha por agnósticos por motivos racistas de la que es víctima un pueblo que no constituye una raza.”[18]
Ya hemos hablado de Europa.
Israel es un Estado diminuto donde se amontonan 7 millones de personas. A su alrededor malviven unos trescientos millones de árabes, muchos de los cuales recelan de su existencia. A pesar de las similitudes y la cercanía cultural entre judíos y europeos -por no hablar del 11-S, 11-M y 7-J- éste es el pueblo que para el público europeo representa la mayor amenaza para la paz mundial.[19] A la par con Estados Unidos, el mismo que garantiza la seguridad europea desde hace 50 años.
Hace poco Benedicto XVI reconocía abiertamente que no hubo suficiente sensibilidad cristiana hacia los judíos. Durante siglos se ocultaron prejuicios contra ellos, lo que permitió que se tolerasen más fácilmente las agresiones. Y añadía que el fallo de los cristianos no fue la raíz inmediata del Holocausto, pero que evidentemente lo facilitó.[20]
La animosidad hacia los judíos goza de buena salud y va en aumento en Europa. Esto ha sido y sigue siendo síntoma de convulsión social. Ya nos hemos referido a la crisis espiritual e intelectual que padece el Viejo Continente.
Un Mel Gibson contrito y arrepentido tuvo que sufrir todo tipo de descalificaciones por lanzar airadas diatribas contra los judíos. Ocurrió cuando fue parado, conduciendo borracho, por la policía. Me parece bien. Hay que decir que se disculpó y que incluso contactó con altas autoridades judías para conversar con ellos.
Otro caso. El presidente de una nación que financia terrorismo internacional (digamos Irán), que aspira a extender su revolución fundamentalista por toda la región de Oriente Próximo, que está tratando de desarrollar el arma nuclear y desafiando con ello a la comunidad internacional, amenaza con borrar a Israel del mapa.
En octubre del 2005, Ahmadinejad pronunció un discurso en el que declaró que “hay que borrar al régimen sionista del mapa”. Los simpatizantes del presidente iraní afirmaron en aquel entonces que las palabras de Ahmadinejad no fueron traducidas correctamente, y que era mejor que Israel desapareciera por si sola. Desaparecer, al fin y al cabo. Ban Ki Moon, Secretario General de la ONU, en un alarde de firmeza, se mostró “consternado.” Hubo una condena rotunda. Poco más.
Que desaparezca el hogar de 7 millones de personas (preferiblemente con sus habitantes) pero Mel Gibson es más antisemita que Ahmadinejad. “¿Por qué no puede tener Irán la bomba nuclear si otras naciones la tienen?”* Ésta es la altura del debate intelectual.
“Los europeos contemporáneos no son conocidos precisamente por su entereza moral,” dice el columnista Mark Steyn. Para a continuación, aludir a las informaciones que uno escucha sobre escuelas que discretamente prescinden del Holocausto en sus aulas porque ofende a sus filas crecientes de estudiantes musulmanes.
Europa, cuna de la Ilustración, olvida las enseñanzas de Theodor Adorno. Hoy Israel es el pueblo nazi. Los judíos los genocidas.
Yenín. Un nuevo Auschwitz, un genocidio. Tras tres semanas de asedio, 52 cadáveres (datos de la ONG Human Rights Watch). En sus tres cuartos, milicianos, arma en mano, caídos en una guerra por ellos declarada santa y en la que juraron morir matando. Considerarlos víctimas indefensas sería una ofensa para ellos.
Israel cuenta con una de las aviaciones militares más poderosas del mundo. Este campo de refugiados podría haber sido borrado desde el aire sin arriesgar la vida de soldados. El asedio en tierra responde a otra lógica: acabar con combatientes concretos: milicias islamistas, atrincheradas en su plaza fuerte; evitar bajas civiles.
23 soldados israelíes muertos. Casi la mitad del total. Hoy, 52 muertos constituyen un genocidio. El primero en la historia con bajas propias. Así toda acción de guerra es un genocidio; la palabra no significa nada. “El abuso de las figuras propias del Holocausto también tiene el propósito de trivializar el exterminio nazi. Si todos los meses los judíos cometen un genocidio en un punto de control u otro, ¿qué habría de extraordinario en aquel episodio histórico?”[21]
Yenín, un genocidio. ¿Cuántos muertos en Darfur? Ni la mitad de ruido. Si consideramos a cualquier cosa genocidio, el Holocausto pierde su unicidad. Se convierte en un hecho histórico más. Corriente y vulgar, en absoluto extraordinario.
Hace falta que pasen unas 7 generaciones para sobreponerse a un trauma como el del Holocausto. No han pasado ni dos y desde Europa –que evidentemente ya lo ha superado-, incapaz de arriesgar la vida de un sólo soldado para poner freno al auténtico genocidio que ocurría en Yugoslavia, su patio trasero, se llama genocidas a los judíos.
Desprecio a la historia y una memoria que no recuerda nada. De nuevo Hermann Tertsch: “Trivializar, consciente o inconscientemente, los crímenes del pasado, bien sea por intereses políticos o por mera ignorancia o irresponsabilidad, es una manera de promover nuevos crímenes.”[22]
Ya hemos hablado de Europa.


VI. Conclusión personal

En el año 2003, Shimon Peres escribía que Israel no es un país que tenga su futuro completamente asegurado. El complejo de soledad en un entorno hostil –el llamado síndrome de Masada- se ve alimentado por el hundimiento de la imagen internacional de Israel.
Israel, ante la contundente realidad demográfica, es consciente de que su supervivencia como Estado judío y democrático pasa por la negociación del fin del conflicto. Para ello tendrán que asumir compromisos territoriales en el marco de la solución “Dos Estados.” De lo contrario, llegaría un momento en el que los términos estado judío y estado democrático entrarían en colisión.
Esta supervivencia comprende la defensa de la existencia física de Israel, y también la de los valores democráticos que inspiran la Constitución de “un hogar nacional para el “pueblo judío.”
Lo que está ocurriendo en la tierra de Palestina es trágico no porque estén muriendo palestinos. Es trágico porque hay víctimas en ambos bandos. Este conflicto -que engarza con el enfrentamiento entre EEUU e Irán en la región- podría adquirir unas dimensiones que alejasen la posibilidad de la paz por mucho tiempo. Cómo decía Shlomo Ben Amí recientemente, “el problema no es el texto, sino el contexto.”[23]
Amoz Oz fue de los primeros en advertir que el proceso negociador israelo-palestino debe culminar con un acuerdo que ponga fin a todas las reclamaciones nacionales palestinas y que establezca un Estado palestino contiguo al Estado de Israel. Tan descabellada es la idea del derecho al retorno de los refugiados palestinos como la de un solo estado binacional. Ambas, que son la misma, supondrían el fin del Estado judío.
Desde entonces y con una delicadeza exquisita, Amos Oz expone que será una solución dolorosa para ambas partes, pero siempre mejor a la situación actual. En un conflicto en donde ambos tienen poderosas razones, los unos tendrán que reconocer la “realidad del otro.” Que ambos y que ninguno tienen razón. “Va a doler de lo lindo”, repite una y otra vez, como si quisiera ir concienciando a la gente.
Palestinos tendrán que admitir la legitimidad de los judíos a establecerse en esa tierra; que en ningún otro lugar del mundo tiene sentido un Estado judío. Israelíes tendrán que admitir la injusticia que ha sido perpetrada contra los palestinos, que éstos no tienen culpa de lo que ocurrió en Europa a mediados del siglo pasado; que han sido víctimas de una injusticia de la historia y de los propios líderes árabes, a los que también deberían exigir responsabilidades. Los asentamientos son inaceptables; es preciso desmantelarlos. Israel debe renunciar a su gran proyecto que va desde el Mediterráneo hasta Jordania.
En esta pequeña porción de tierra se dirime uno de los conflictos de mayores dimensiones. Dos naciones la reclaman como suya, y ambas tienen razón. Por eso, el proceso dolerá, porque para comprenderlo –y por tanto, emprenderlo-, ambas partes tendrán que prescindir de sus sueños, de sus ilusiones, de las esperanzas y de los viejos eslóganes del pasado.
¿Surgirá un líder israelí capaz de contrariar a los fundamentalistas religiosos de su campo? ¿Nacerá un líder palestino que renuncie a hacer política del victimismo y que no eduque a su gente en el odio a los judíos?


VII. Notas:

[1] Primo Levi. Si esto se un hombre. Muchnik Editores, S.A. Barcelona 2001
[2] Primo Levi. Los hundidos y los salvados. Muchnik Editores, S.A. Barcelona 2001
[3] Jean Améry. Más allá de la culpa y la expiación. Tentativas de superación de una víctima de la violencia. Traducción, notas y presentación de Enrique Ocaña. Pre-Textos. Valencia 2001
[4] Idem.
[5] Hermann Tertsch. La venganza de la historia. Santillana. Madrid, 1999.
[6] Una excepción en este sentido supondría el juramento -“Masada never again”- que hacen militares israelíes todos los años, comprometiéndose a evitar un nuevo Holocausto judío.
* Con un Ministro de Defensa, José Bono, que ha declarado preferir morir a matar.
j Así lo hemos visto recientemente cuando se ha mostrado dispuesto a negociar políticamente con la banda terrorista ETA o en el episodio de los piratas somalíes, secuestradores de un barco pesquero español y sus tripulantes. Tras pagar el rescate, se ordenó a los militares que no procedieran contra los criminales. Poco tiempo antes y en las mismas aguas, Francia protagonizó un hecho parecido: tras pagar el rescate y estar la tripulación a salvo, un comando especial arrestó a los piratas, que ahora serán juzgados en Francia.
[7]Ocurrió en las elecciones de marzo de 2004, tras los atentados del 11-M, cuando miembros destacados del Partido Popular sufrieron intentos de agresión física. Zapatero jamás ha condenado aquellos hechos ni se ha distanciado de ellos. Más recientemente (2008) en declaraciones a una emisora de radio, el periodista Hermman Terstch decía que el PP se había visto obligado a hacer campaña electoral en unas condiciones perfectamente denunciables ante la UE y la OSCE.
[8] Hermann Tertsch. La venganza de la historia. Santillana. Madrid, 1999.
[9]Carlos Alberto Montaner. “El tigre semita.” Libertad Digital, 5 de mayo. 2008. http://exteriores.libertaddigital.com/articulo.php/1276234669
[10] Dos meses después de la guerra de los Seis Días, en agosto de 1967, ocho jefes de estado árabes se reunieron en Jartum en una importante conferencia. Esta conferencia adoptó una resolución que sostenía "No a la paz, no a las negociaciones y no al reconocimiento de Israel."
[11] Samuel Hadas. ¡Feliz cumpleaños, Israel! La Vanguardia. 8 de mayo de 2008.
[12] Robert D. Kaplan. Israel now. Atlantic Monthly, January 2000. http://www.theatlantic.com/doc/200001/kaplan-israel
[13] Samuel Hadas. ¡Feliz cumpleaños, Israel! La Vanguardia. 8 de mayo de 2008
[14] Carlos Alberto Montaner.
[15] Embajador de Israel en España, Rafael Schutz. Sobre Israel, en su 60º aniversario. Alef, Nº 8. 1 de mayo 2008. http://www.casasefarad-israel.es/.
[16] El 16 de octubre de 2003, en la apertura de la X Cumbre de la Conferencia Islámica en Malasia. El texto completo de la intervención de Mahathir Mohamed puede visitarse en www.thestar.com.my/oic. El discurso era en realidad una exhortación a los líderes musulmanes a tomar ejemplo de los judíos. “We are up against a people who think. They survived 2000 years of progroms not by hitting back, but by thinking. They invented and successfully promoted, Socialism, Communism, human rights and democracy so that persecuting them would appear to be wrong, so they may enjoy equal rights with others. With these they have now gained control of the most powerful countries and they, this tiny community, have become a world power. We cannot fight them through brawn alone. We must use our brains also.”
[17] Amos Oz. Contra el fanatismo. Siruela. Madrid, 2003.
[18] Martín Alonso. 12 de septiembre. La Guerra Civil Occidental. Gota a gota. Madrid, 2006.
[19] Eurobarómetro del 30 de octubre de 2003. Un 59% de los europeos encuestados mencionó a Israel como la mayor amenaza para la paz en una encuesta realizada por cuenta de la Comisión Europea.
[20] Citado en Samuel Hadas, “Benedicto XVI y los judíos.” La Vanguardia. 28 de abril, 2008.
* Este argumento lo ha escuchado el autor en una conversación privada.
[21] Martín Alonso. 12 de septiembre. La guerra civil occidental. Gota a gota. Madrid, 2006.
[22] Hermann Tertsch. La venganza de la historia. Santillana. Madrid, 1999.
[23] Conferencia “Unión Mediterránea y Oriente Medio” pronunciada en Coloquio “El Proceso de Barcelona. Una Unión por el Mediterráneo.” Fundación Tres Culturas e IEREM. Sevilla, 5 y 6 de junio de 2008.

El Mediterráneo

El Mediterráneo es el principal de los llamados mares continentales. Casi aislado por completo de los océanos, limita con Asia al este, África al sur y Europa al norte. Sin embargo este mar casi cerrado está completamente abierto al mundo. Mar abierto, al fin y al cabo, porque desde el Neolítico viene asimilando pueblos y elementos foráneos.
Emil Ludwig titula su libro Mediterráneo, mar femenino.[1] Y describe un mar que se insinúa de manera seductora, pero capaz también, de dejar heridas profundas en el alma. Aguas que incluso cuando queremos desentendernos de ellas y olvidarlas no podemos, porque nuestro inconsciente histórico nos imposibilita borrarlas de la memoria... porque de hacerlo, estaríamos ignorando el presente y, por tanto, condenando nuestro futuro.
El historiador Fernan Braudel, autor de una monumental obra[2] sobre este espacio, hablaba de “un sistema donde todo se mezcla y se recompone en una unidad original”. Y el escritor Paul Balta,[3] nos recordaba que es éste un espacio de síntesis y sincretismo, lugar seminal de principios universales, como la democracia, los derechos de la persona o el derecho de las comunidades. Nietszche lo consideraba el mar más humano.
Para los habitantes de las dos riberas, el mar Mediterráneo es el más antiguo, el que antes conocieron. El lugar donde aprendieron a navegar, comerciar y competir; en el que más temprano penetraron con sus dedos codiciosos.
Ahora bien, aunque el hombre es un animal testarudo (la especie mediterránea tal vez lo sea más) los hechos también lo son. A estas alturas, la historia ha dejado suficientemente claro que los destinos de las dos riberas han estado -y estarán, en lo bueno y en lo malo, siempre unidos.
Oriente Próximo es, actualmente, el punto más caliente de la tierra y, por extensión, lo que allí ocurre es susceptible de estrechar o ensanchar la franja de mar donde la distancia física entre el mundo occidental y el arabo-musulmán es menor, pero sin embargo, el distanciamiento mental y cultural es mayor.
Iniciado un nuevo siglo, cuando se está redefiniendo un orden mundial, que todavía no deja entrever su configuración definitiva ni qué papel reserva a los actores internacionales, el Mediterráneo –de nuevo y sin quererlo- se erige centro geoestratégico indisputable de la política internacional.
Y lo que está ocurriendo en esta región, no es, precisamente, tranquilizador.
Nada es lo que era, ni siquiera el futuro es lo que era, confesaba recientemente un Embajador. Ya se han roto en mil pedazos los sueños ingenuos del mundo idílico que soñábamos tras el fin de la Guerra Fría y la caída del comunismo.[4] Y porque nada es lo que era, es difícil consolarse con la idea de que en el pasado encontraremos las lecciones y enseñanzas para hacer frente a los desafíos del siglo XXI, todos ellos presentes en la región mediterránea.

Desde Europa nos equivocamos al mirar al sur. No tenemos en cuenta que una buena manera de observar el espacio mediterráneo es contemplando un mapa invertido de la región, al modo en que lo dibujó el cartógrafo Al Idrissi en el siglo XII d.C. Así percibimos cómo este mar viene hacia nosotros; con sus desafíos, sí, pero sobre todo con su riqueza cultural y sus oportunidades.
Hoy más que nunca, el futuro de Europa está ligado al espacio mediterráneo. Pero Europa no podrá ser útil para hacer frente a los nuevos desafíos hasta que resuelva su crisis de identidad. Solamente un profundo examen introspectivo en busca de nuestros valores y raíces; un rearme moral y una idea clara de qué papel deseamos jugar en el mundo, podrá sacarnos a los europeos del sopor intelectual y espiritual que nos invade y permitirnos cumplir nuestras obligaciones internacionales de manera eficaz. Tal como desean nuestros socios mediterráneos.
Sin embargo, jugar en el tablero global no es barato. Los riesgos se cobran en vidas y dinero. Por eso desde Europa debemos empezar a trasladar el mensaje de que estamos dispuestos a aceptar con mayor entereza esos costes en aquellas misiones que creemos justas y en las que están en juego aquellos valores universales procedentes del Mediterráneo. La muerte de nuestros soldados no debe hacernos dudar de la legitimidad de las misiones en las que participamos, sino reafirmarnos en ellas. Éste es el motivo por el que debemos permanecer en Afganistán y prepararnos para lo que pueda ocurrir en El Líbano.
Pero los países de la ribera sur tienen también que hacer examen de conciencia y ejercer la autocrítica. Desde la Ilustración en el siglo XVIII, la religión retrocede en todas partes frente a la razón y la ciencia, las sociedades se secularizan y las creencias sobrenaturales empiezan a ser un hecho individual, no social. Si volvemos la vista atrás en la historia del Islam, encontramos momentos de esplendor en las artes y la ciencia, pero no un siglo comparable al europeo de las luces y la Razón o unos valores parecidos a los de la Revolución Americana o la Francesa, en los que la autonomía del individuo se impone frente a la comunidad y se garantiza la protección de los ciudadanos frente a los abusos del gobierno.
¿Se equivocan aquellos que insinúan que Islam y democracia son incompatibles? Para algunos la respuesta es sí y ponen a Turquía como ejemplo; para otros, para los que la ribera opuesta es la contradicción permanente entre religión y modernidad, entre apertura y miedo a perder su identidad, la respuesta está por ver.
Pero el mundo arabo-musulmán, sobre todo, debe dejar atrás esa cultura de la violencia. Distanciarse claramente del terrorismo fundamentalista, de la intransigencia y la intolerancia.
Las realidades del Mediterráneo contemporáneo son tan complejas como las de su pasado reciente o lejano. Pero la necesidad de recentrar el Mediterráneo es más urgente que nunca.
Tras la derrota y posterior retirada de la URSS de Afganistán en 1989, EEUU perdió de vista aquella región, entre otras cosas porque en Europa se caía el Muro de Berlín y la prioridad estratégica se reubicaba. No fue hasta el 11-S que los americanos se volvieron a acordar de aquel remoto “país” asiático al que habían ayudado a liberarse del yugo soviético pero también a caer en manos de los Talibán.
Algo parecido ocurre ahora. Las nuevas incorporaciones y nuevas fronteras de la UE nos están alejando del Mediterráneo y de nuestro proyecto de edificación de un espacio de paz, estabilidad y prosperidad.[5]
En este sentido la gran virtud de la iniciativa del Presidente Sarkozy, crear una Unión Mediterránea, ha sido llamar la atención sobre el Mediterráneo y volver a colocarlo en el tablero político europeo; reactivando un debate de gran trascendencia sobre las relaciones de la UE con su ámbito de proyección exterior más inmediato, donde según el Presidente francés, los europeos nos jugamos todo.

Fuentes:
[1] Emil Ludwig, Mediterráneo, Mar femenino, Editorial Mateu, Barcelona
[2] Fernand Braudel, La Mediterranée et le monde méditerranée à l´époque de Philippe II, 1949, Librairie Armand Colin, Paris.
[3] Paul Balta, Euroméditerranée. Défis et enjeux. L´Harmattan, 2003
[4] Robert D. Kaplan. The Coming Anarchy: Shattering the dreams of a Post-Cold War World
[5] La Declaración de Barcelona, 1995

Monday, January 05, 2009

Umbral (Publicado en El Universo el 19/09/2007)

Umbral era el dardo en la palabra. Campmany y él, la ironía elegante. Su fuerte carácter y voz profunda, le alejaban de su escritura, fluida y hermosa. Dueño de frases que plasmaban un pensamiento lúcido, sus textos eran claros y leerlos sencillo. Su memoria prodigiosa.
El gran Umbral era el que escribía sobre literatura y escritores. Sus columnas incluían referencias constantes y una capacidad de síntesis imposibles sin una cultura profunda. En palabras de Delibes, “dijo cosas y las dijo bien”. Su último libro, Amado siglo XX, es un prodigio de sabiduría cultural de nuestro siglo anterior, que fue –y sigue siendo- de unos contra otros. Cine, periodismo, literatura, política… todo tiene cabida en este tomo memorístico.
Dijo Unamuno que el periodismo destrozaba la literatura. El rector de la Universidad de Salamanca no tuvo la suerte de leer al de Valladolid, que uno es de donde pasa su infancia. Umbral logró la simbiosis perfecta entre ambos. Sus columnas diarias conformaban una obra coherente, dominada por la calidad literaria y la independencia de criterio. A lo largo de su trayectoria, Umbral dio muestras de ser una de las miradas más incisivas y críticas de la sociedad contemporánea española, lo que nunca restó fuerza al sentimiento y al lirismo de sus libros.
Umbral era coherencia y sentido común. Nunca imaginó otra profesión. Desde niño la lectura fue el centro de su vida. Leía cuanto caía en sus manos. Autodidacta y empeñado en ser escritor desde niño, consideraba vivir y escribir la misma cosa. El sobre él mismo: “Su vida avanzaba con el mismo ritmo que su escritura. Hombre, vida y obra eran ya una tríada que se adentraba en los bosques de lo muy vivido.”
Fue de los primeros en desengañarse del socialismo que traía Felipe González. Cómo Ortega, supo ver que “no era eso.” Aquellos años “que debieron ser rojos y no lo fueron”, le hicieron iniciar “su largo viaje a la derecha.” Esta frase que le dedica a Campmany, sirve para definirle a él: “Que se tenía por liberal y seguramente lo era, cuando esta palabra significaba algo en el sistema de valores. Hoy los valores han sido sustituidos por marcas.” Umbral creía en el individuo, en la capacidad creadora del hombre, porque él era un creador. Nadie que se precie de liberal puede hoy formar parte de esta izquierda, que no es ni una cosa ni otra.
Vivió en el siglo XX, en el que más libros se han escrito. Y se quedó en el umbral de este siglo XXI, que cada vez lee menos, porque para él leer era también saber elegir. Cuando recibió el Premio Cervantes, en su discurso dejó aviso de lo que estaba ocurriendo: “La muerte de los libros y la herida en la idea.”
A mí me gusta su forma de acabar Amado siglo XX: “Umbral contempló su obra con sosiego y se tumbó a descansar.” Se ha marchado envuelto en su bufanda blanca porque ya lo había escrito todo.

Valor(es) (Publicado en El Universo el 08/03/2007)

Combatir el terrorismo desde el Estado de Derecho no es fácil. Hace falta perseverancia, principios morales y profundas convicciones democráticas. Una vez se olvidó esto en España y el Estado acabó convertido en verdugo. Fue con los GAL del gobierno socialista de Felipe González.
De Juana Chaos, o sea, el terrorista, o sea, “la cosa que mata,” buscaba la excarcelación a través de la coacción. Resistir este chantaje ridículo en forma de huelga de hambre no es difícil. Lo difícil, lo duro, fue no ceder al chantaje brutal que sufrió el Gobierno de Aznar cuando la vida de Miguel Angel Blanco estaba en juego y Ortega Lara se pudría en un zulo. No se cedió, no se podía. Ortega Lara lo comprendió; Miguel Ángel Blanco creemos que también.
Ocurre que en democracia las instituciones deben estar siempre por encima de los hombres; éstos perecen, aquéllas perduran. Ahora bien, un Estado y sus instituciones adquieren el valor de las personas que las representan. Si un presidente es íntegro y firme en sus convicciones, el Ejecutivo lo será; si el ministro del Interior es honesto, buscará la verdad y velará por la seguridad de los ciudadanos; si el ministro de Justicia y el fiscal general del Estado son hombres justos, habrá rectitud. Esas personas son responsables ante generaciones venideras.
Zapatero, como persona, puede tener las prioridades que quiera, pero Zapatero no puede olvidar que, como Presidente del Gobierno, su obligación es defender el orden constitucional. En este caso, lo que estaba en cuestión era si el Estado cedía o si mantenía los principios y la dignidad. No lo ha hecho.
De Juana Chaos, o sea, el terrorista, o sea, “la cosa que mata,” no sufría una enfermedad irreversible; optó voluntariamente por poner en peligro su vida. Atenuar su régimen penitenciario ha sido una decisión personal del Presidente del Gobierno. Y los argumentos que ha esgrimido, demuestran que su escala de valores no es propia del puesto que ocupa. Si la vida es el valor supremo, como ha dicho Zapatero a la hora de explicar sus decisión, ¿qué valor otorga a las de Gregorio Ordóñez, Fernando Buesa, Rafael Martínez Emperador, Jesús Cuesta Abril, y las 900 víctimas de ETA, o sea, la banda terrorista, o sea, “la cosa que mata”?
Con su decisión, Zapatero ha dejado establecido que es posible coaccionar y chantajear al gobierno de España; ha menospreciado a aquellos que hicieron el sacrificio último por los valores democráticos y constitucionales.
Nos cuentan que los mismos socialistas están asustados de lo envalentonados que están los etarras. Por eso es difícil ver motivos humanitarios detrás de esta decisión. Parece una concesión política de alguien que no tiene el valor de enfrentarse a los violentos.
Pero la “historia es colectiva” decía Claudio Sánchez Albornoz. Y lo trágico es que los efectos de las decisiones no los sufre sólo el que tiene la responsabilidad de tomarlas, sino el conjunto de la sociedad. Y esta es una decisión más contra nuestra democracia. Por eso Mikel Buesa, Presidente del Foro Ermua y una de las voces más lúcidas de la sociedad civil, exhorta a los españoles a la rebelión cívica para expulsar del poder al Sr. Zapatero.
Es necesario.

Mucho pasado y poco futuro: los españoles ante los líderes (Publicado en El Universo el 27/02/2007)

Escribe el cronista extranjero que cada vez que cambia el gobierno en España, cambian hasta los bedeles. Una reflexión que evidencia que el sectarismo invade nuestra vida pública, nuestra falta de madurez democrática y que, fuera de nuestras fronteras, no nos consideran un país serio.
Afrontémoslo, es difícil encontrar otra nación europea donde la dicotomía izquierda–derecha sea más profunda y virulenta; donde exista mayor dificultad para aunar voluntades y trabajar juntos por el porvenir del país. El problema, también, es que cada vez que ha surgido un líder con una idea clara de España y la voluntad de unir a los españoles detrás de un proyecto sólido, ha acabado devorado por esos mismos ciudadanos, que manipulados, sumidos en complejos y debilitados por el grave desconocimiento de nuestra historia, no nos atrevemos a superar fantasmas del pasado y encarar el futuro con valentía y esperanza.
Es el caso de Adolfo Suárez, artífice de la Transición, cuya figura se agiganta con los años y con cada nueva fechoría del Gobierno Zapatero. Se equivocan los que ven en la Transición el origen de los problemas nacionales de hoy en día. Hemos sido sus herederos, los que deberíamos saber aprovechar los frutos de aquel logro, los que hemos fallado. Nunca nadie imaginó una traición a España como la que se está perpetrando estos días. El homenaje que los españoles debemos a Suárez no ha llegado a tiempo y, hoy, este gran político es una sombra de lo que fue.
Igualmente ocurre con José María Aznar. En ocho años de gobierno puso a España a la cabeza del crecimiento económico europeo; cuando países como Francia y Alemania no lo hacían, consiguió que en dos años, el nuestro cumpliera los requisitos de Maastricht; supo unir a los españoles en la lucha antiterrorista, rescató a las víctimas del olvido, arrinconó a ETA en una ofensiva sin cuartel en todos los frentes; y colocó a España en primer plano de la escena internacional. Sin duda cometió errores, sobre todo hacia el final de su segundo mandato, pero siempre trabajó por el interés general y nunca renunció a su responsabilidad de representar a aquellos que no le habían votado.
En cambio, aquellos líderes que se empeñan en mirar al pasado en vez de al futuro; en hurgar en viejas heridas para realimentar revanchas; en enfrentar a los españoles; en ofender a los aliados naturales de nuestra nación; en coartar las libertades individuales; en corromper las instituciones; en perpetuarse en el poder; en no combatir a los radicales y a los violentos; en marginar de la vida política a aquellos que no piensan como ellos, aunque representen a medio país, gozan del beneplácito de los votantes un tiempo que algunos encuentran eternamente inexplicable.
España es hoy un país sin liderazgo y sin proyecto; vuelve a “estar mal, algo desgarrada y con su unidad amenazada.” Pedro J. Ramírez escribió hace tiempo, que “la historia de España ha sido lo suficientemente terrible como para admitir que toda experiencia es siempre empeorable, pero las actuales generaciones no tienen por qué ser rehenes del pasado hasta ese punto.” Sin embargo, los españoles nos empeñamos en serlo. Hoy volvemos a las andadas y asistimos al resurgimiento de ese utilitarismo maniqueo que tanto empobreció nuestra cultura en épocas pasadas.