Friday, August 24, 2007

De Africa (publicado en El Universo 19/06/2007)

Ryszard Kapuscinski (RK) no escribía sobre África, sino sobre algunas personas de allí, sus encuentros con ellas y el tiempo que compartían. África le parecía demasiado grande para describirla: “todo un océano, un planeta aparte, todo un cosmos heterogéneo y de una riqueza extraordinaria.” Salvo por el nombre geográfico, África no existe, solía decir. Igual debe pensar Sebastião Salgado (SS), o eso al menos se desprende de su exposición fotográfica en la Fundación BBVA.
Es imposible hablar de una sola África. Este término, por sí solo, no define a la gente del continente más poblado del mundo. Pocos conocen la inmensa pluralidad cultural de África y, probablemente nadie pueda descifrar todas las claves para comprender la deriva en la que se encuentra la mayoría de estados africanos. Un continente que es muchos continentes. Los africanos son un entrelazamiento de cuantiosos pueblos. No existe una cultura africana, sino una red multicultural en continua construcción.
RK y SS anhelan el contacto con “esa inmensa mayoría que desde que nace hasta que muere, vive (y sufre) al calor del sol.” Muestran una tierra donde el ser humano sigue a merced de un medio salvaje y hostil, cada vez más deteriorado. Por esta razón, los lazos colectivos son tan fuertes; sólo un grupo cohesionado puede enfrentar unas adversidades medioambientales que no paran de aumentar. El individualismo del que hacemos gala en Occidente, resulta impensable en África.
Este continente está hecho de tradiciones, violencia, pobreza y cataclismos. Pero también es marco de paisajes que parecen no tener fin, montañas, llanuras y desiertos habitados por animales salvajes, plantas desconocidas para nosotros y comunidades humanas que viven en otra época.
¿Cómo es posible que en un continente tan rico exista tanta miseria? ¿Por qué desde una tierra tan hermosa llegan historias tan duras?
África, embaucadora y misteriosa, aviva la curiosidad e incita a la codicia. Europa la dividió y saqueó y, al marcharse, dejó tras de sí una población sin medios e instruida para seguir su ejemplo. Ahora, las elites han instrumentalizado la violencia y convertido el desorden en una forma de vida. Los grupos dominantes no ven el acceso al poder como un servicio al Estado, sino como la apropiación de sus recursos, para repartir entre sus redes clientelares. “En todas las confrontaciones armadas, vemos que fueron los políticos quienes exacerbaron en su pueblo intereses nacionalistas. Siempre hay alguien que los organiza y lleva a la guerra. Pero la gente quiere vivir en paz, tiene muchos problemas y le falta energía para buscar esas confrontaciones.” Cita de RK.
El continente negro es hoy un lugar que suscita pesimismo. Las señales de degradación física y humana siguen acumulándose en su cotidianidad. Las vigorosas crónicas de RK y las fotografías en blanco y negro de SS, nos hacen conscientes de que África es demasiado salvaje para no sangrar, demasiado grande para poder ser descrita, pero también, demasiado humana para dejar de llorar. Se ha abierto un nuevo siglo y, aunque el continente Sur por excelencia tenga su propia modernidad, ésta es la de la derrota, la de una lucha brutal por el poder. “En África no existe la noción de progreso, su lugar lo ocupa el durar. África es un eterno durar.” RK lo supo ver muy bien.

Ryszard Kapuscinski (publicado en El Universo 17/04/07)

Antes de escribir sobre él quería releer su espléndido libro Ébano y redescubrir la pasión por la lectura, esa otra forma de viajar y de conocer a través del espacio y del tiempo. Tenía razón el escritor polaco: hay que leer cien páginas para poder escribir una sola.
Ébano es el amor por África. Un retrato fiel de ese continente a la deriva, que deja entrever un afán desbordante por conocer la realidad, social más que política, de aquellos lugares que recorre. Los que hemos pisado África Negra, hemos leído primero en Ébano todo lo que hemos contemplado después.
África fue uno de sus territorios favoritos aunque escribió sobre otras regiones. Viajó mucho, evitando siempre las rutas oficiales, los palacios, las figuras importantes, la gran política. Prefería subirse a camiones encontrados por casualidad, recorrer el desierto con los nómadas y ser huésped de los campesinos de la sabana tropical. A la hora de escribir, combinaba una preparación rigurosa en la que había leído cientos de volúmenes, con el vivir en las casas de los arrabales más pobres, plagadas de cucarachas y aplastadas por el calor. Vagabundeaba por las calles captando la esencia del día a día, sumergiéndose en ese mundo de los sentidos que es África. Se empapa de África. Lleva al lector de paseo por la realidad africana sin dar lecciones maestras, más bien esbozos o pistas. Busca mezclarse con la gente muda, que no sabe hablar ni plantear sus demandas, que no sabe organizarse ni pedir que se les oiga.
Kapuscinski creció en la Polonia ocupada por la URSS y le resultaba fácil hablar de los refugiados del Tercer Mundo. Conocía el miedo siempre presente, andar descalzo, no poder ir a la escuela y carecer de libros que leer. Haber sobrevivido a eso de una manera honesta, le permitía sentirse en su propia casa en situaciones de pobreza. “Yo pertenezco a ese mundo”, llegó a expresar en alguna ocasión.
Su último libro, Viajes con Herodoto, es una especie de autobiografía (los son prácticamente todos sus libros), en el que hace un recorrido por sus inicios como reportero, de la mano del padre de la Historia. De nuevo, las relaciones humanas que entabla en sus viajes ocupan un lugar destacado y capta todo con su mirada.
Kapuscinski no busca transmitir pura información a través de sus libros. Le interesan las ideas, el pensamiento, las reflexiones. En sus obras incorpora la reflexión, filosófica o en planteamiento cercano a la antropología cultural. Observa la realidad y la transmite de una manera muy personal; escribía sobre acontecimientos reales y personas de carne y hueso. Creía firmemente que en su profesión la objetividad era la única opción porque sólo así puede uno “identificarse con las víctimas de la Historia y sus causas perdidas.” Estaba convencido de que los cínicos no valen para el oficio de reportero.
Manuel Leguineche, el padre de la tribu de los corresponsales españoles, dice de él que leía lo que pocos eran capaces de leer, veía lo que pocos eran capaces de ver; y estaba guiado por la compasión, por su amor hacia los pueblos abandonados, por un sentido de la solidaridad propio de su ética del periodismo. Y Alfonso Armada describía su estilo como “el de su alma, la de un hombre cercano capaz de encender hogueras de palabras que calientan e iluminan más que el fuego.”
Debió de ser un amigo inolvidable.

La corrección politica (II)

Concebir a la persona como un ser lleno de dignidad, libre y responsable de sus actos es una aspiración que se ha conformado con los siglos. Negar esa dignidad fundamental ha generado niveles de sufrimiento y miseria humana inaceptables. Conviene recordar también, que un ambiente de libertad y de respeto a sus derechos, permite a las personas desarrollar iniciativa, imaginación e innovación, auténticos motores del progreso; que el avance económico está ligado a las sociedades abiertas.
Para John Stuart Mill, pensador inglés del siglo XIX, la libertad es el principio regulador de las relaciones entre la sociedad y el individuo con el fin de evitar el despotismo sobre los individuos y las minorías. Efectivamente, la libertad es un compromiso entre aquello que la limita y aquello que la impulsa; no en vano decimos que nuestros derechos acaban donde empiezan los de los demás.
Mill y los pensadores liberales que vinieron después, nos transmiten la idea que el pulso a la libertad es continuo y, por tanto, la resistencia ha de serlo también. Que si existe una constante en la historia, es el comportamiento errático del hombre. El poder corrompe, porque los políticos, como los que no son políticos, son humanos. Por eso los liberales desconfían del poder -ya sea de derechas, de centro o de izquierdas- que siempre busca ampliar su influencia a costa de la libertad de los ciudadanos. Pero la tiranía de la mayoría no se ejerce sólo mediante las acciones del gobierno, sino de manera más difusa y por ello más temible, a través de la propia sociedad.
Democracia es casi sinónimo de tolerancia, pero la idea moral de tolerancia incluye la necesidad de admitir en los demás una manera diferente de pensar de la nuestra. Voltaire, por ejemplo, defendía la tolerancia porque “todos cometemos errores y siempre permanecemos en cierto modo ignorantes.” Precisamente de ahí deriva el derecho –y la responsabilidad- de reconocer la pluralidad de opiniones; de huir del pensamiento único. Ésta es la clave del éxito de Occidente: su capacidad y flexibilidad para replantearse dogmas y aceptar la necesidad de mejorar con la aportación, rica y variada de los individuos; reconocer en los demás el deber de seguir lo que dicta su conciencia. Sin embargo, algunos conciben la tolerancia como una condescendencia con un error criminal; como si su punto de vista fuera el único verdadero y los demás necesitáramos ser guiados hacia aquello que es bueno para nosotros.
Lo políticamente correcto se puede convertir en tiranía. La imposición de un único modo de ser, pensar y actuar, es la negación de la libertad. Y sin libertades plenas la democracia no existe, es un artificio. A través de la corrección política se corre el riesgo de convertir la historia, el derecho y la economía -como escribió Hayek- pero también la cultura –como supo ver Adorno– y la información, en "fecundas fábricas de mitos oficiales, que los dirigentes utilizan para guiar las mentes y voluntades de sus súbditos".
Una educación liberal, que habilite y favorezca el desarrollo del individuo, para que este a su vez, colabore en la mejora de la sociedad en la que vive, desde su individualidad, es la única que garantiza los fundamentos de un sistema democrático. Sin esa educación liberal, de respeto de las libertades, la democracia se convierte en un pretexto para ejercer y manejar el poder.

La corrección polítia (I)

Recientemente me visitó un buen amigo que fue compañero de estudios. Tenemos opiniones diferentes sobre política nacional e internacional. Cuando charlamos, lo hacemos con franqueza y sin reparos.
Hablamos de la centralidad de la región mediterránea en el panorama internacional actual; de las diferentes concepciones de vida a ambos lados de este mar. Cómo Europa, abierta y receptiva a influencias extrañas, lo filtra y asimila todo, mientras la ribera opuesta es la contradicción permanente entre religión y modernidad, entre apertura y miedo a perder su identidad.
Él vive en España pero es francés y sigue con gran interés todo lo ocurrido en aquel país, donde acaba de comenzar la campaña electoral. A la hora de comentar los problemas a los que se enfrenta la sociedad francesa, mencionó la inmigración. Para mostrar su preocupación, puso como ejemplo los incidentes violentos protagonizados por inmigrantes musulmanes el año pasado en distintas partes de Francia. Coincidió conmigo en la incapacidad de los musulmanes para integrarse en nuestra sociedad continental. Fue entonces cuando mi amigo cayó en la trampa. Su frase fue, “no soy racista, pero puede que vote a Sarkozy.” Y digo yo, ¿acaso es racista Sarkozy o cualquiera de sus votantes?
La postura de mi amigo no responde a elementos sentimentales o emocionales. Es una decisión racional, fruto de la observación de una realidad y de la constatación de unos hechos. Que se sienta obligado a justificarse demuestra cómo existen personas que temen ser tomadas por lo que no son, simplemente, por expresar su opinión. Hasta tal punto existe este temor, que muchos renuncian al derecho y a la responsabilidad de ejercer el libre pensamiento. A esto se le llama corrección política.
Tampoco es racismo decir que en España tenemos que ser cautos con nuestra política migratoria, o que el aumento de la criminalidad puede estar relacionado con la inmigración, sobre todo cuando se verifica que los ajustes de cuentas suelen darse entre bandas de latinoamericanos, que las mafias de Europa del Este se han asentado en nuestras costas aprovechando las bondades de nuestro código penal, o que los secuestros exprés en chalés españoles han sido llevados a cabo por antiguos militares de algunos países recién incorporados a Europa. O que muchas enfermedades ya erradicadas en España reaparecen con la llegada masiva de inmigrantes procedentes de zonas de riesgo. Evidentemente, muchos inmigrantes vienen dispuestos a trabajar para labrarse un futuro mejor y su aportación es muy positiva, pero otros son delincuentes que acuden a nuestro país con el objetivo expreso de delinquir.
La corrección política, esa censura interna y externa en su peor forma, es una manera de sofocar el debate y coartar el libre intercambio de ideas y, también, de no afrontar los problemas reales. Lo dijo la senadora demócrata Bárbara Jordan durante la campaña electoral de Bill Clinton en 1992. Desde entonces, la corrección política ha cruzado el océano y ha ocupado Europa.
Pero sin el ejercicio cívico de la responsabilidad es imposible la libertad y hace ya tiempo que mi amigo alcanzó la mayoría de edad. Como sujeto de esta sociedad civil, es capaz de forjar sus opiniones mediante el uso propio de la razón y de confrontarlas con otras posturas mediante un debate civilizado.

La indignación del Islam

En la película Ana y el Rey protagonizada por Yul Brynner y Deborah Kerr, el monarca del antiguo reino de Siam monta en cólera al enterase de que en Occidente les consideran bárbaros e incivilizados. Cegado por la rabia decide castigar a la siguiente delegación europea que pise su territorio. Ana, mujer, y por tanto más sutil y mejor conocedora de los hombres, le aconseja otro modo de actuar. Agasajarles: organizar una exuberante recepción en su honor para que vean el elevado grado de desarrollo de su cultura. La estratagema tiene éxito. Al regresar a sus países, los europeos se deshacen en alabanzas hacia los excelentes modales del monarca.

Hoy nuevamente arde la calle en países musulmanes. Al igual que cuando la publicación de las caricaturas de Mahoma, la cólera ha vuelto a estallar entre los fieles de esta religión tras las palabras pronunciadas en Ratisbona por el papa Benedicto XVI, consideradas insultantes para el Islam y su Profeta.
El discurso del Santo Padre era una crítica a la difusión de la fe por la violencia. “Sus consideraciones, - como explica el analista del Corriere della Sera, Magdi Allam - citando al emperador bizantino del siglo XIV, Manuel II Paleólogo, sobre la difusión del Islam por medio de la espada, ya por parte de Mahoma dentro de la Península Arábiga, ya por parte de sus sucesores en el resto del mundo (con algunas excepciones), son un hecho histórico incontrovertible. Lo atestigua el propio Corán y la realidad de la conquista del Islam del conjunto del imperio bizantino en el este y en el sur del Mediterráneo, amén de la sucesiva expansión hacia el norte de Europa y hacia el este de Asia.”
Negar la realidad histórica únicamente genera insensateces. A lo largo del devenir humano, ninguna otra religión ha sido tan combativa como el Islam a la hora de difundir su fe. Desde sus orígenes en el siglo VII d.C. hasta Bin Laden, el Islam ha recurrido constantemente a la violencia para extender su mensaje. Este hecho es particularmente cierto a lo largo del creciente bloque islámico de naciones que se extiende desde la protuberancia de África hasta el Asia Central.
También, en un acto que no ha tenido reflejo en el mundo musulmán, el Papa Juan Pablo II pidió públicamente perdón por las barbaridades cometidas por la Iglesia católica a lo largo de su historia.
Pero no es ese el tema. El Papa ha buscado a los sectores más moderados del Islam para hacer un llamamiento en contra de la guerra santa. Ha denunciado que el uso de la violencia, venga de donde venga, para obtener la fe de los no creyentes va en contra de la razón y de Dios. Ha argumentado que fe y razón son compatibles. La respuesta ha sido violencia irracional. Viendo en la prensa las caras de ira de los musulmanes que hoy exigen una rectificación a Benedicto XVI mientras queman su efigie, uno no puede más que pensar qué le ocurriría si escribiese este artículo en aquellos remotos lugares. Al contrario que en la película, ha prevalecido el punto de vista del rey y no el de Ana.
Son los propios musulmanes los que con su reacción asocian violencia y religión y rechazan el diálogo entre civilizaciones. Existen opiniones moderadas en el Islam pero faltan más voces que denuncien la violencia terrorista fundamentalista, la ausencia de autocrítica, la intransigencia y la intolerancia. El premio Nobel egipcio, Naguib Mahfuz, recientemente fallecido, era un ejemplo de valentía, pero también, tristemente, una excepción.