Monday, January 12, 2009

El Mediterráneo

El Mediterráneo es el principal de los llamados mares continentales. Casi aislado por completo de los océanos, limita con Asia al este, África al sur y Europa al norte. Sin embargo este mar casi cerrado está completamente abierto al mundo. Mar abierto, al fin y al cabo, porque desde el Neolítico viene asimilando pueblos y elementos foráneos.
Emil Ludwig titula su libro Mediterráneo, mar femenino.[1] Y describe un mar que se insinúa de manera seductora, pero capaz también, de dejar heridas profundas en el alma. Aguas que incluso cuando queremos desentendernos de ellas y olvidarlas no podemos, porque nuestro inconsciente histórico nos imposibilita borrarlas de la memoria... porque de hacerlo, estaríamos ignorando el presente y, por tanto, condenando nuestro futuro.
El historiador Fernan Braudel, autor de una monumental obra[2] sobre este espacio, hablaba de “un sistema donde todo se mezcla y se recompone en una unidad original”. Y el escritor Paul Balta,[3] nos recordaba que es éste un espacio de síntesis y sincretismo, lugar seminal de principios universales, como la democracia, los derechos de la persona o el derecho de las comunidades. Nietszche lo consideraba el mar más humano.
Para los habitantes de las dos riberas, el mar Mediterráneo es el más antiguo, el que antes conocieron. El lugar donde aprendieron a navegar, comerciar y competir; en el que más temprano penetraron con sus dedos codiciosos.
Ahora bien, aunque el hombre es un animal testarudo (la especie mediterránea tal vez lo sea más) los hechos también lo son. A estas alturas, la historia ha dejado suficientemente claro que los destinos de las dos riberas han estado -y estarán, en lo bueno y en lo malo, siempre unidos.
Oriente Próximo es, actualmente, el punto más caliente de la tierra y, por extensión, lo que allí ocurre es susceptible de estrechar o ensanchar la franja de mar donde la distancia física entre el mundo occidental y el arabo-musulmán es menor, pero sin embargo, el distanciamiento mental y cultural es mayor.
Iniciado un nuevo siglo, cuando se está redefiniendo un orden mundial, que todavía no deja entrever su configuración definitiva ni qué papel reserva a los actores internacionales, el Mediterráneo –de nuevo y sin quererlo- se erige centro geoestratégico indisputable de la política internacional.
Y lo que está ocurriendo en esta región, no es, precisamente, tranquilizador.
Nada es lo que era, ni siquiera el futuro es lo que era, confesaba recientemente un Embajador. Ya se han roto en mil pedazos los sueños ingenuos del mundo idílico que soñábamos tras el fin de la Guerra Fría y la caída del comunismo.[4] Y porque nada es lo que era, es difícil consolarse con la idea de que en el pasado encontraremos las lecciones y enseñanzas para hacer frente a los desafíos del siglo XXI, todos ellos presentes en la región mediterránea.

Desde Europa nos equivocamos al mirar al sur. No tenemos en cuenta que una buena manera de observar el espacio mediterráneo es contemplando un mapa invertido de la región, al modo en que lo dibujó el cartógrafo Al Idrissi en el siglo XII d.C. Así percibimos cómo este mar viene hacia nosotros; con sus desafíos, sí, pero sobre todo con su riqueza cultural y sus oportunidades.
Hoy más que nunca, el futuro de Europa está ligado al espacio mediterráneo. Pero Europa no podrá ser útil para hacer frente a los nuevos desafíos hasta que resuelva su crisis de identidad. Solamente un profundo examen introspectivo en busca de nuestros valores y raíces; un rearme moral y una idea clara de qué papel deseamos jugar en el mundo, podrá sacarnos a los europeos del sopor intelectual y espiritual que nos invade y permitirnos cumplir nuestras obligaciones internacionales de manera eficaz. Tal como desean nuestros socios mediterráneos.
Sin embargo, jugar en el tablero global no es barato. Los riesgos se cobran en vidas y dinero. Por eso desde Europa debemos empezar a trasladar el mensaje de que estamos dispuestos a aceptar con mayor entereza esos costes en aquellas misiones que creemos justas y en las que están en juego aquellos valores universales procedentes del Mediterráneo. La muerte de nuestros soldados no debe hacernos dudar de la legitimidad de las misiones en las que participamos, sino reafirmarnos en ellas. Éste es el motivo por el que debemos permanecer en Afganistán y prepararnos para lo que pueda ocurrir en El Líbano.
Pero los países de la ribera sur tienen también que hacer examen de conciencia y ejercer la autocrítica. Desde la Ilustración en el siglo XVIII, la religión retrocede en todas partes frente a la razón y la ciencia, las sociedades se secularizan y las creencias sobrenaturales empiezan a ser un hecho individual, no social. Si volvemos la vista atrás en la historia del Islam, encontramos momentos de esplendor en las artes y la ciencia, pero no un siglo comparable al europeo de las luces y la Razón o unos valores parecidos a los de la Revolución Americana o la Francesa, en los que la autonomía del individuo se impone frente a la comunidad y se garantiza la protección de los ciudadanos frente a los abusos del gobierno.
¿Se equivocan aquellos que insinúan que Islam y democracia son incompatibles? Para algunos la respuesta es sí y ponen a Turquía como ejemplo; para otros, para los que la ribera opuesta es la contradicción permanente entre religión y modernidad, entre apertura y miedo a perder su identidad, la respuesta está por ver.
Pero el mundo arabo-musulmán, sobre todo, debe dejar atrás esa cultura de la violencia. Distanciarse claramente del terrorismo fundamentalista, de la intransigencia y la intolerancia.
Las realidades del Mediterráneo contemporáneo son tan complejas como las de su pasado reciente o lejano. Pero la necesidad de recentrar el Mediterráneo es más urgente que nunca.
Tras la derrota y posterior retirada de la URSS de Afganistán en 1989, EEUU perdió de vista aquella región, entre otras cosas porque en Europa se caía el Muro de Berlín y la prioridad estratégica se reubicaba. No fue hasta el 11-S que los americanos se volvieron a acordar de aquel remoto “país” asiático al que habían ayudado a liberarse del yugo soviético pero también a caer en manos de los Talibán.
Algo parecido ocurre ahora. Las nuevas incorporaciones y nuevas fronteras de la UE nos están alejando del Mediterráneo y de nuestro proyecto de edificación de un espacio de paz, estabilidad y prosperidad.[5]
En este sentido la gran virtud de la iniciativa del Presidente Sarkozy, crear una Unión Mediterránea, ha sido llamar la atención sobre el Mediterráneo y volver a colocarlo en el tablero político europeo; reactivando un debate de gran trascendencia sobre las relaciones de la UE con su ámbito de proyección exterior más inmediato, donde según el Presidente francés, los europeos nos jugamos todo.

Fuentes:
[1] Emil Ludwig, Mediterráneo, Mar femenino, Editorial Mateu, Barcelona
[2] Fernand Braudel, La Mediterranée et le monde méditerranée à l´époque de Philippe II, 1949, Librairie Armand Colin, Paris.
[3] Paul Balta, Euroméditerranée. Défis et enjeux. L´Harmattan, 2003
[4] Robert D. Kaplan. The Coming Anarchy: Shattering the dreams of a Post-Cold War World
[5] La Declaración de Barcelona, 1995

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